Publicada originalmente el 17 de junio de 2015 en DeusExMachina.
Entrevista de Ricardo Suárez.
En uno de nuestros habituales paseos por Madrid en busca de tiendas de videojuegos de barrio, mi compañero Marçal y yo fuimos a parar a una tiendecita del barrio madrileño de Vallecas, lugar que llevábamos ya días intentando visitar. Nada nos habría hecho pensar que allí, en los bajos de la calle Puerto de Arlaban, podríamos encontrar el local con más encanto de los que habíamos visitado hasta la fecha en la ciudad, y no hablamos de pocos. Advertidos por un conocido que nos recomendó la visita por diversos motivos, escogimos una mañana de viernes para encaminarnos a conocer la pequeña pero maravillosa tienda de Juan, con quien habíamos acordado nuestra cita.
TECVIA, la tienda de Juan Santos, es a simple vista un negocio de barrio normal. Aunque los escaparates que flanquean la puerta de entrada ya contienen algún artículo bastante llamativo, nada hace pensar lo que se puede encontrar una vez dentro. Llamamos al timbre y oímos al instante el zumbido de apertura de la puerta. Entramos para comprobar cómo las paredes del reducido espacio de la tienda están adornadas por varios expositores de cristal que albergan una colección de títulos envidiable, todos en riguroso orden alfabético. Pero lo que más llama la atención es el estado de los artículos expuestos, la mayoría en perfecto estado de conservación, la mayoría con su precinto original. Los títulos más representativos –también los que cualquiera supondría más valiosos- están de cara al público, colocados estratégicamente en los stands y mostradores, dejándose ver en todo su esplendor. Frente a nosotros un mostrador de cristal contiene un buen número de cartuchos sueltos de Super Nintendo. Sin embargo, y aunque aún estamos en horario comercial de mañana, nadie despacha en ese momento.
“¡Pasad!”, nos gritan desde la parte trasera de la tienda. Y es que el local engaña: bordeando el mostrador por la derecha encontramos una nueva zona de trabajo. Allí, en su taller, Juan nos espera tomando una cerveza con un amigo que se despide de nosotros llevándose unas placas bajo el brazo. Mientras Juan lo acompaña a la salida podemos contemplar la sala de máquinas del negocio. Su taller es, por elegir un adjetivo de los muchos que aquí podríamos poner, impresionante. La larga mesa de trabajo está llena de herramientas, consolas a medio arreglar, piezas y cartuchos por todos lados. Las estanterías laterales contienen cientos de máquinas apiladas, colocadas como el espacio libre bien permite. Un televisor plano de 40 pulgadas colgado en la pared preside la sala; es el que como luego veremos usa para sus pruebas.
“Mirad, estabamos probando esta versión de Metroid”. La Super Nintendo que está usando está conectada a una unidad Satellaview en perfecto estado. Juan agarra el pad rápidamente y la Samus que se ve en pantalla empieza a moverse de manera armoniosa gracias a la soltura con la que maneja el mando. El cartucho conectado a la máquina no es Super Metroid, sino un hack del juego hecho por fans llamado Hyper Metroid. El juego luce a las mil maravillas en el televisor, ya que la consola está modificada para sacar la imagen vía componentes. Juan ha grabado el hack en un cartucho repro para jugarlo como a él le gusta. “Eso de jugar en un PC no es lo mío”, nos dice mientras avanza con soltura por las pantallas horizontales. No todos los días puedes ver a alguien de 60 años jugando de esta forma, con esta soltura, a un videojuego.
Le pedimos que nos enseñe su taller, que no deja de ser un poco agobiante por la cantidad de cosas que almacena dentro. “Aquí están las máquinas que me traen para reparar, ya sea de otras tiendas o de particulares”. Abrió la tienda hace 15 años, pero toda su vida ha estado cerca de los videojuegos. “El primer videojuego al que jugué fue a una versión de Pong que tenían en un restaurante al que íbamos a comer. Yo era un chaval y trabajaba de calefactor en la construcción del hotel Galgos en Madrid. La máquina en la que jugábamos tenía potenciómetros deslizantes y era para cuatro jugadores, así que nos jugábamos los cafés entre los compañeros de trabajo. El encargado siempre exigía jugar conmigo: yo jugaba con la paleta trasera y devolvía todas las bolas que a él se le colaban. Y sí, ganábamos siempre”.
Da igual donde mires, que el taller de Juan siempre te devolverá una sorpresa: juegos de PC-FX, un par de consolas Lynx, modelo I y II completas, una impresionante montaña de cartuchos de Mega Drive apilados, cartuchos de NES abiertos para ser reparados… A los pies de una mesa vislumbramos una brillante Neo Geo MVS consolizada, con dos cartuchos conectados. Nos cuenta que es un encargo que acaba de terminar: “Esto de las MVS es un mundo, cada uno las consoliza como le da la gana. Unos no quieren botones, otros sólo quieren la unibios… Yo siempre les pongo salida RGB y entrada de corriente a 220v usando piezas de PlayStation 2”. Le preguntamos si anuncia este tipo de trabajos en su web. “Lo tengo que poner”, nos dice sonriendo. Crearon la página web de la tienda hace un año, pero es imposible conocer todo lo que Juan puede y sabe hacer si no es viendo, de manera presencial, su tienda. No parece que sea lo más lógico para un negocio en el año 2015, pero sin embargo a Juan no le falta trabajo en el taller.
Rápidamente advertimos un lugar en el que Juan guarda con mimo un buen número de cartuchos de Super Nintendo, justo debajo del televisor. Allí es donde coloca algunos de sus juegos favoritos, de los que ha creado él con sus propias manos. “¿Sabéis lo que es esto?”, nos pregunta cogiendo un cartucho con el reconocible logo de la saga Zelda. “Es el Ancients Stone Tablets, uno de los dos juegos de Zelda que salieron para Satellaview…”. El cartucho lleva un selector de cuatro clavijas en su parte superior. “Hay otros que han hecho este cartucho bajando la rom desde internet, pero como este, como el mío, no hay ninguno. Es único”. Lo acerca a su mesa de trabajo y lo abre, para enseñarnos los bloques de memoria que ha usado en su creación. Su obra es, técnicamente, una verdadera virguería. “El juego tenía 4 niveles distintos que se repartían en 4 días de juego. Con este selector puedes jugar al día que quieras, y el cartucho te guarda la partida”. Rápidamente lo ensambla de nuevo y lo pone en la consola. “Nunca sopléis los cartuchos”, nos dice mientras lo introduce una y otra vez hasta que funciona correctamente. Una vez en marcha el juego me ofrece el mando para jugar. “¿Te gusta Zelda?”, me pregunta con mirada inquisitiva, ya que se trata de una de sus sagas favoritas. Asiento con la cabeza. “Yo soy super fan de Zelda y de Metroid, me los he jugado todos”, dice con bastante orgullo. Empieza a explicarme qué hacer para avanzar por el mapeado hasta llegar a la mazmorra. “¿Queréis ver el otro, el que hicieron basándose en el Zelda de NES?”. Rápidamente lo busca e intercambia los cartuchos en la consola. “Este también es muy buen juego. Y está traducido”. Casi sin darme cuenta Juan me ha quitado el mando y es él quien pasa a controlar el juego. Al ver la pantalla de selección de partida comprobamos que ha invertido unas cuantas horas también en ese juego.
Tenemos que insistirle bastante para que acceda a parar el juego y pueda venir a comer con nosotros al restaurante que hay en la esquina. Queremos que nos cuente la historia de la tienda, y también la suya. Ya sentados a la mesa le preguntamos por su trabajo como jefe técnico en Spaco, la empresa que distribuyó la Nintendo 8 bits en España durante los 80 y los 90. Fue su último trabajo por cuenta ajena, y de eso hace ya 17 años. Nos cuenta cómo acabó trabajando allí.
“Yo estudié bachillerato superior técnico en electrónica, y al acabar la mili me puse a trabajar de lo que encontré. Entré en una empresa de desinfección y desratización, de control de plagas, vamos. Mientras tanto hacía trabajos como electrónico para gente conocida, bueno, y también para gente que no conocía, porque recuerdo un día que estaba en el parador de turismo de Cervera de Pisuerga y me pidieron que arreglara la máquina del hielo… Un día fui a Spaco a matar bichos. Yo no sabía a qué se dedicaba la empresa, pero me animé, no sé por qué, a preguntarles qué hacían. Me contaron que tenían una consola, la NES, y yo me pensaba que me hablaban de un mueble. Me enseñaron la máquina y entonces les pregunté si tenían departamento técnico. Me dijeron que le preguntarían al jefe y yo me fui a hacer mi trabajo. Cuando ya me iba me dijeron que el jefe quería hablar conmigo”.
Quien quería hablar con Juan era Ashok Chugani, que aún sigue siendo CEO de Spaco: “Allí estaba yo, con mi mono amarillo, hablando con el director general en la recepción de su oficina. Le conté mi historia y lo que quería hacer, y me dijo que quería hacerme una prueba. Me dio un mando de NES y me pidió que lo arreglara en casa. Me lo llevé a mi taller y al abrirlo vi que el fallo estaba en un simple chip multiplexor de paralelo a serie, así que fui a la tienda de electrónica, compré uno nuevo y lo sustituí, fue algo muy sencillo. No tenía consola para probarlo, pero estaba claro que aquello iba a funcionar. Días después lo llevé a Spaco, lo probamos y vimos que funcionaba. Empezaron a llamarme cuando tenían mandos para arreglar, yo me los llevaba y se los entregaba según iba y venía por mi trabajo. Al poco tiempo empezaron a darme consolas para reparar, así que les obligué a traer componentes de Nintendo Japón porque aquí en España no se podían conseguir. La unidad central y la unidad de periféricos, la que produce la señal de video y de audio de la consola, eran propiedad de Nintendo”. Aunque Juan no sabía lo que era una consola en aquel entonces, no era un neófito en esto de los videojuegos. Los ordenadores eran lo suyo: “Me encantaban los ordenadores y los videojuegos. Yo tenía un Spectrum y soñaba con tener un Amiga 500, que me compré al poco tiempo de empezar a trabajar en Spaco”.
Después de un tiempo yendo y viniendo, reparando mandos y consolas en su casa, Juan acabó siendo trabajador fijo en la empresa. “Era el año 1989”, recuerda: “Spaco era una empresa pequeña, allí todo el mundo hacía de todo. El hindú –por Chugani– trabajaba en el almacén conmigo, no era alguien a quien le doliera remangarse y ponerse a trabajar”, recuerda Juan mientras nos traen los segundos platos. ¿De dónde viene el nombre de la empresa?, le preguntamos con curiosidad. Nos cuenta que el nombre viene de las iniciales del apellido de las cinco personas que la fundaron. Su jefe, que ocupaba la tercera letra, ya era en aquel momento el único propietario. “Chugani tenía muy buenos contactos en Japón, por eso consiguió traer a España la NES en aquellos años”.
Pero, ¿cómo era su trabajo? Juan nos cuenta cómo era el día a día en el departamento técnico: “Siempre digo que yo allí tenía un rinche, una cueva. La oficina de Spaco estaba en la calle Aniceto Marinas de Madrid, pero a los pocos meses nos mudamos a Tres Cantos porque la cosa despegó y cada vez éramos más allí. Llegamos a ser más de cien. Mi tarea era reparar todo lo que allí entraba, principalmente consolas y mandos. La consola no se solía romper por un uso normal, pero la gente la maltrataba que no veas”. Le preguntamos por las averías más corrientes y nos responde con un término propio que usaban casi a diario en Spaco: CIPA: “Un CIPA era la forma en la que llamábamos a la conexión indebida por audio-video” Se refiere a las salidas de audio-video que la consola tenía en el lateral. “Yo no sé qué pensaba la gente, pero enchufaban el cable de audio-video que venía con la consola a la red. Llegaban muchas consolas con el dichoso CIPA, se reparaban dos o tres al día, y eso que la mayoría de televisores no tenía ni la posibilidad de conectarse por ese medio en aquel entonces…”. Queremos saber qué pasaba cuando se le daba ese mal uso a la NES. “Se jodía el modulo de radiofrecuencia, se iba el procesador de periféricos, a veces castigaba a la CPU… daba un petardazo que no veas”, nos cuenta con cara de desesperación. “Eso no había garantía que lo cubriera y repararlo costaba unas 7.000 pesetas, o eso calculamos en su día. La consola costaba más, el doble, por eso todo el mundo la traía a reparar”. Nos confirma que no se reparaban más cosas en aquel entonces por limitaciones técnicas: “No teníamos la tecnología para reparar cartuchos de juego, no había grabadores de eprom, ni siquiera las propias eproms. Date cuenta de que en aquella época aquello era tecnología punta. Si se rompía un juego te daban otro y fuera. Lo que sí se reparaban eran algunos accesorios. Recuerdo aquel que se llamaba Family Fun Fitness, menudo trasto. Era un horror, con cuatro pisotones mal dados la gente se cargaba los contactores y ya no había forma de repararlo, así que a la basura que iba…”
Está claro que a Juan le habría encantado hacer más cosas de las que hizo a nivel técnico en Spaco, y recuerda una con especial animadversión: “¿Por qué narices la consola americana tiene la pantalla completa y la PAL no? Esa era mi pelea de todos los días con Chugani. Odiaba lo mal que se veían las dos franjas horizontales, y ya no te cuento cuando los juegos tenían scroll vertical y la consola daba aquel defecto de visualización, ese en el que los bloques aparecían de repente. Para un técnico aquello era horrible, yo no hacía más que darle vueltas a por qué los japoneses no podían hacer que el defecto estuviera fuera de la pantalla, que estuviera pero que no se viera”. Pero a su jefe los tecnicismos le daban igual, él se dedicaba a vender consolas y videojuegos, como Juan nos cuenta: “Mis peleas eran técnicas, él no me entendía”, dice con cara de resignación.
Juan nos sorprende de nuevo contándonos que durante su tiempo en Spaco también se ocupó de otra tarea, la de organizar el Club Nintendo. “La gente llamaba al teléfono de Spaco para pedir ayuda cuando no se podían pasar una fase o no sabían completar un juego. Nosotros no dábamos soporte de ese tipo, pero como el número de teléfono salía en la caja de la consola o los juegos nos llamaban. Yo, que me tiraba muchas horas jugando a videojuegos en Spaco, empecé a ayudar a la gente que llamaba y tenía dudas. Entonces pensamos en hacer aquello pero bien hecho. Empecé a tomar notas de los juegos a los que jugaba para solucionar posteriormente las posibles dudas de los que llamaran. Uno que me llamaba mucho era el padrino de mi hija, que siempre se quedaba atascado jugando a Lolo”, recuerda entre risas. La idea tuvo aceptación y en poco tiempo el Club Nintendo de Spaco –no confundir con el posterior, de ERBE– empezó a tomar forma: “Metieron a dos personas a gestionar el Club y a hacer las revistas que se publicaron. Ellos también atendían las llamadas telefónicas, pero cuando tenían mucho problema me las pasaban a mí porque yo conocía más juegos que ellos, de largo”. Según Juan, las preguntas de los jugadores eran de dos tipos: “Había juegos y juegos. Estaban los que tenían una fase o un área compleja donde todo el mundo se quedaba pillado, tipo la pared en la que había que arrodillarse en Castlevania 2, y luego juegos más complejos, como Zelda o Metroid, donde el jugador se podía quedar atascado prácticamente en cualquier zona. Ahí me tocaba tirar de apuntes, aunque muchas veces resolvía las dudas de memoria. Si me hacían alguna pregunta sobre juegos con sistema de password, como por ejemplo Lolo, me daban la clave y les pedía que me llamaran en diez minutos: en cuanto metía el juego en la consola y veía de qué pantalla se trataba ya sabía cómo resolverlo”, dice sin ocultar cierto orgullo.
Le preguntamos acerca de Super Nintendo y ERBE, que fue la empresa que distribuyó esta consola –también Game Boy– en España. ¿Por qué Spaco no consiguió la exclusiva? “Nadie sabe con exactitud qué pasó, sólo Chugani. Recuerdo hablar con él en aquel entonces y decirle que si no conseguíamos la distribución de Super NES aquello sería la muerte de Spaco. Él me decía que ERBE lo había puesto muy difícil, que había hecho una oferta imposible de mejorar. Yo lo creía, ya que Ashok conocía mejor el mercado de las consolas que ellos, que venían de vender ordenadores y juegos, un negocio bastante diferente al de las consolas, aunque parezca que no. Pero oye, pujaron alto y se llevaron la distribución. Así les fue luego…”
Las batallas de precios entre empresas –y distribuidoras, como vemos–siempre han estado ahí, como nos recuerda Juan: “Spaco competía con ERBE, cada uno vendía su consola, pero nosotros a un precio más barato. Vendíamos bastante, aun con Super Nintendo ya en el mercado, porque ellos prestaban más atención a SEGA y su Mega Drive, y nosotros a la Master System. Los de SEGA nos tenían fritos, el precio de su consola siempre estaba por debajo del nuestro. La NES costaba de inicio veintitantas mil pesetas, pero cuando yo entré en Spaco costaba ya 19.000. Poco a poco fuimos bajando, hasta las 7.000 que fue su último precio. Jamás vendimos más barato que Master System. Aquello era un problema, porque si el niño que pedía la consola a sus padres estaba indeciso, si le daba igual una que otra, el padre acababa comprando la que veía más barata en la tienda”. Juan recuerda una anécdota divertida relacionada con la guerra de precios en aquel entonces: “Un día fuimos Chugani y yo a un hipermercado, creo que era un Continente, para ver cómo estaba la cosa en la sección de juguetes, y nos encontramos con que vendían las NES por debajo del precio al que se la vendíamos nosotros. ¿Qué hicimos? Nos llevamos todas las que tenían. ¿Para que las íbamos a comprar a Japón si en España las podíamos comprar más baratas?”, nos explica riéndose.
Con los cafés abordamos el tema de su salida de la empresa. Nos quedamos de piedra al saber que se produce en el año 1998, con PlayStation ya dominando el mercado. “Ya no se vendían NES, ni siquiera ERBE vendía Super NES. Poco a poco fuimos yendo todos a la calle, era lo lógico porque no había trabajo. Mis últimos días allí los pasé de jardinero, como el que dice…”. Con algo de tristeza nos cuenta que Spaco sigue en el negocio del videojuego, pero como mayorista: “Compra a las grandes y vende a otros más pequeños. En mi época ya intentamos vender juegos de PlayStation y Saturn, porque ya no había distribuidores oficiales”. No hay duda de que cuando Juan piensa en aquella etapa aún la recuerda con nostalgia: “Fue una pena, pero no había más remedio. Lo echo de menos porque yo me lo he pasado muy bien allí; la gente y el ambiente eran fenomenales”.
No quedaba más remedio que replantearse su vida profesional, así que decide establecerse como autónomo y seguir haciendo lo mismo para otros. “En Spaco sólo reparaba Nintendo, pero en mi tiempo libre reparaba cualquier consola que me dejaran. Hacía trabajillos por mi cuenta, lo que me llevó a conocer a todas las tiendas de venta de videojuegos y consolas de Madrid”. Su negocio se diversificó y los primeros años fueron bastante productivos: “Me dedicaba especialmente a la modificación de consolas americanas que habían llegado a nuestro país, ya fueran Super Nintendo o Mega Drive, me daba igual, ya no sólo para que los juegos PAL funcionaran en ellas, sino para que se pudiera ver por radiofrecuencia en el televisor”, confiesa. La piratería de finales de los 90 disparó su negocio: “Con la llegada de los famosos chips para PlayStation la tienda era un no parar, poníamos un buen número de ellos al día. Ganábamos dinero, pero como pasa siempre, tanto ganas, tanto gastas…” y es que buena parte de su colección fue adquirida en aquel entonces. La mayoría de juegos de NES que muestra en su tienda los consiguió antes de salir de Spaco: “Abrí la parte de tienda para vender el gran número de juegos de NES que conseguí allí, no sabía qué hacer con ellos. Si llego a saber que el coleccionismo de NES se iba a disparar como pasa ahora los habría guardado y ahora sería rico, sin duda”, afirma seguro de sus palabras. “¡He vendido copias y copias de Phantom Air Mission, a estrenar!”, dice gritando mientras entramos de nuevo al local.
Son las 16:30, así que hasta las 17:00 horas, momento en el que la tienda abre de nuevo al público, puede trabajar en su taller con toda la calma del mundo. Nos enseña de nuevo su mesa de trabajo y nos cuenta cómo trabaja con algo más de detalle: “Esto es como una cadena de montaje: se desmonta, se arregla y se vuelve a montar”. Por eso el gran mostrador que vemos tiene dos partes claramente diferenciadas. El próximo paciente es una Xbox 360 que está a punto de ser “operada”. Le preguntamos acerca de las consolas más recientes, famosas por la cantidad de fallos con los que han hecho temblar a sus compradores. “PlayStation 3 es un infierno, no sabéis la de consolas que entran para reparar. El chip de vídeo es su principal problema. La primera Xbox 360 también es terrible, su placa es bastante débil y no soporta bien el calor de la propia máquina. Si tienes una PlayStation 3 de las primeras da pena tirarla porque es un buen cacharro; si tienes una de las siguientes o una Xbox 360 de las primeras es mejor comprarte una nueva, sale más rentable”, sentencia sobre este tema. “También hemos reparado ya alguna PlayStation 4, ya se empiezan a ver. El fallo de los próximos años será el HDMI, que es muy difícil de cambiar. En consolas portátiles arreglamos de todo, siempre por caídas en las que bien se rompe la pantalla o la carcasa, y luego están las Game Gear, nos tiramos el día cambiando condensadores…”
Al poco rato se oye el ruido de la puerta. Lucinda, la mujer de Juan, nos saluda amablemente y poco después se encamina a la reja de la entrada, la cual abre para empezar a dejar entrar al público de la tarde. Minutos después ya tiene a su primer cliente en el mostrador. Juan nos cuenta cómo le ayuda Luci en el negocio. “La tienda la lleva ella, es la jefa de esto. Vendemos lo que habéis visto al entrar, la mayoría son cosas de mi colección personal; el resto son juegos y consolas que poco a poco he ido comprando a la gente que pasa por aquí a ofrecérmelas”. Seguimos charlando con Juan acerca de sus gustos personales en lo que a videojuegos se refiere. “La mayoría de personas que vienen a comprar aquí quieren lo caro, son coleccionistas que están buscando cosas muy concretas y que están dispuestos a pagar por ellas. Hay gente que, no sé por qué, sólo quiere comprar lo caro, como si fuera una inversión. Yo siempre les digo que los videojuegos son para jugar, y que hay muchos juegos que no son caros y merecen mucho la pena, como por ejemplo Little Nemo, Bionic Commando o Solar Jetman”. En su tienda no hay muchos juegos actuales, ya que su catálogo llega hasta Playstation 2. Y es que a Juan no parece convencerle el formato digital: “¿Nunca has visto un CD carcomido por los hongos? Los soportes actuales no son eternos, cuando un cartucho sí que lo es. Si se rompe se puede arreglar. Yo estoy más bien por la memoria sólida”. Preferimos no preguntarle por los juegos en formato descargable. “El último juego moderno que me he jugado ha sido el Zelda de 3DS, A link between worlds. Me he visto obligado, me gusta tanto la saga Zelda que no me ha quedado más remedio…”
A estas alturas de conversación tenemos muy claro que Juan es un gurú en lo técnico, pero aún nos queda descubrir su otro yo, el Juan jugador: “A mí siempre me ha gustado jugar. En una ocasión me dieron dinero por jugar al Space Invaders en un bar, cuando era un chaval, sólo porque a la gente le gustaba ver cómo jugaba. No creo que sea el mejor de mundo pero soy bastante aceptable como jugador. Como tengo mucho trabajo en la tienda juego por las noches y los fines de semana. Allá donde viajo me llevo una Super Nintendo, como por ejemplo los fines de semana a la casa del pueblo. Por la mañana no puedo jugar porque está toda la familia, pero por la noche cuando se acuestan me pongo a darle y lo mismo acabo a las 7 de la mañana. Me dicen que estoy grillado, pero me da igual. Es que me gusta, me encanta”, afirma totalmente convencido de lo que cuenta. “No tengo compañeros de armas en la familia, a nadie que juegue conmigo, y me encantaría tenerlo, la verdad. Será que los he aburrido a todos”, dice entre risas. Juan tiene claro que no va a cambiar, por muy solo que esté en esta afición: “Voy a estar jugando hasta que me muera. Me encanta jugar, me da igual a qué mientras el juego me guste”, afirma con rotundidad. No hay más remedio que creerle.
Juan tiene ganas de retar a Marçal a Dr. Mario de NES; sabe que juega bastante bien y quiere medirse contra él. Mientras busca el cartucho en la vitrina de la tienda y prepara una NES para jugar con ella, intenta impresionarle con sus historias en relación a ese gran juego: “Te aviso que yo he jugado mucho a Dr. Mario, que en Spaco nos jugábamos las Coca-Colas al juego y casi siempre ganaba yo…”, dice guiñándome un ojo. Juan confiesa además tener muy mal perder: “Una vez rompí un mando contra el suelo de la oficina porque perdí a Dr. Mario; todo lo que le tiraba al otro –se refiere a las piezas que se pueden tirar al rival en el juego competitivo– le venía bien y me cabreé”. La partida está bastante igualada. Juan no deja de comentar las jugadas que hace, sobre todo las que acaban mal. Su enfado se va incrementando con cada movimiento mal ejecutado. Aún así, es capaz de dar la talla en el duelo: el ganador se decidirá en la quinta y definitiva ronda. Cuando acaba de empezar esta final la jefa reclama a Juan para que atienda a un comprador que le espera en el mostrador. “Dile que venga luego”, responde Juan de manera airada con un volumen suficientemente alto como para que su voz se oiga, quizá de manera intencionada, desde el mostrador en el que le esperan. Pero como es lógico su mujer no está por la labor de dejar de atender a un cliente y le pide a Juan que pause el juego inmediatamente, cosa que no ocurre. Instamos a Juan a posponer el duelo unos minutos, pero no hay forma de convencerle. La insistencia de Lucinda, que también ha empezado a elevar su tono de voz, acaba con un mal movimiento de Juan que entrega la partida a su rival. Su cabreo es monumental: “¡Joder, he perdido por vuestra culpa! ¿Es que no podéis dejarme en paz?”, refunfuña mientras se dirige al mostrador. Nuestra cara de asombro es monumental ante lo que hemos visto. Más tarde averiguaremos que este tipo de situaciones se dan bastante a menudo entre ellos sin que pasen nunca a mayores. Respiramos tranquilos.
Juan atiende al cliente con gesto enfadado, seguro que pensando más en la partida que acaba de perder que en el trabajo que le solicitan. El comprador quiere que prepare una salida VGA a su consola Dreamcast japonesa, la cual compró en la tienda hace unas semanas. La chica que entra a continuación quiere comprar una batería nueva para su PSP, pero no sabe responder a Juan cuando le pregunta el modelo exacto de su consola; le tocará volver en otro momento. El siguiente comprador trae una lista de juegos escrita en un arrugado papel y quiere saber si Juan los tiene a la venta. Resulta que tiene uno de ellos, Tintin: Prisoners of the Sun, para Super Nintendo, y Juan lo saca de la vitrina y comprueba que está en perfecto estado, sin abrir. “Te voy a dar un susto”, le dice al interesado comprador mientras maneja el ratón del PC del mostrador para comprobar el precio del juego en cuestión. La cifra es alta, lo suficiente como para que Juan piense que el cliente desistirá en su intento, pero no es así: quiere llevárselo junto con una Super Nintendo completa, dos juegos de Pokémon para Game Boy y una Famicom en caja que Juan prácticamente esconde en una esquina de la tienda. “La Famicom no puedo vendértela, es con la que pruebo los juegos japoneses…”, le explica mientras coge la caja de la estantería y la abre, para enseñarnos ese tesoro. Con tremenda rotundidad todos en la tienda entendemos que nadie se cobrará esa pieza hoy. El cliente debe insistir mucho a Juan para comprar el juego de Tintín, el cual sólo accede a vender junto con el resto del lote al cruzar la mirada con la jefa. El total son unos cientos de euros, una buena cifra que Lucinda se encarga de recaudar mientras Juan mira fijamente el juego que acaba de vender: “Como este ya no pillo otro en mi vida”, nos dice mirándonos con gesto triste en la cara. Y es que la tienda de Juan es un sitio curioso, un lugar en el que la nostalgia está por encima del dinero, en el que una buena venta no tiene por qué convertirse en motivo de alegría, sino más bien lo contrario.
No hay que mirar con atención para encontrar verdaderos tesoros entre las estanterías de la tienda. Sin embargo, ningún artículo tiene precio marcado. Le preguntamos por qué: “Mi mujer es la que quiere vender todas estas cosas, yo no tengo ninguna gana”, nos dice mientras coge la caja de un Power Glove de NES que parece recién salido de fábrica. “Este guante lleva conmigo al menos 15 años, no podría venderlo”. Le preguntamos por qué lo tiene entonces a la vista del público. Nos responde que son “cosas de la jefa”, y se explica: si entrara alguien por la puerta y le ofreciera 250 euros se lo vendería, seguro. “Eso me reventaría, pero ¿qué voy a hacer?”, dice mientras lo guarda de nuevo en su caja y lo coloca dónde estaba. Su mujer es sin duda la responsable de que la tienda funcione, ya que por Juan no se vendería nada de lo allí expuesto.
Dentro de los artículos a la venta se notan rápidamente las preferencias de Juan en lo que a videojuegos clásicos se refiere: “Zelda, Metroid, Castlevania y los RPG en general son mis videojuegos favoritos, de esos pretendo no vender nada de lo que aquí veis”. Sobre esto tiene una anécdota grabada a fuego en su mente y que es la causante de su anterior afirmación: “Una vez vino un chaval a comprar un Secret of Mana completo que tenía aquí, nuevo, con su mapa y todo. Le pedí 200 euros por decirle algo, y me dijo que era mucho para su bolsillo. Se fue, pero al día siguiente el cabrón vino con el dinero. Yo creo que esperó a que la jefa estuviera en la tienda conmigo, porque sabía que si estaba yo solo no se lo vendía, aun trayendo la cifra que le había pedido. Lo tuve que vender porque a ese precio si no lo hago mi mujer me mata. Cuando se lo llevó por la puerta supe que nunca jamás pillaría otro Secret of Mana como aquel y me dio una pena que no veas…”. Sin embargo ese juego de Super Nintendo no es el que más le ha dolido no encontrar a Juan de regreso a su tienda. “Me dolió en el alma que se vendiera el último Mighty Final Fight de NES que me quedaba, porque estaba nuevo. Si llego a estar yo en la tienda ese no se habría vendido, eso lo puedes tener claro”. Por raro que parezca, Juan pretende vivir de su tienda sin vender nada: “Yo quiero vivir de las reparaciones, por eso desde hace tiempo también reparo sistemas GPS y teléfonos móviles. Mientras sean cosas pequeñas no me importa arreglarlas. Lo que pasa es que las reparaciones no dan más de sí, así que como la cosa está difícil no me queda más remedio que vender algo de la tienda de vez en cuando”. A estas alturas ya sabemos que esto lo dice con la boca pequeña, y en la página web de la tienda tenemos la mejor prueba: no tiene anunciados ni la mitad de los videojuegos y máquinas que vende. Le preguntamos por ello para que se explique: “Gestionar una web es un coñazo: haz la foto, cuélgala, otra foto, cuélgala… Quiero engañar a mi mujer a ver si lo hace ella, pero no quiere”, dice mientras le da un toque cómplice con el codo. “Lo que me gustaría sería poder vender las cosas que compro y que ya tenga o no me interesan. El otro día vino una señora con una Super Nintendo y tres juegos, y cuando le dije que le daba 60 euros por todo no veas cómo se le pusieron los ojos…”
Todo lo que Juan tiene en la tienda llama la atención, hasta un curioso stand giratorio con el logo de Nintendo, un expositor para juegos de NES similar a los que recordamos de las gasolineras para la venta de cassettes. Juan le tiene bastante cariño: “Este también me lo han intentado comprar muchas veces, pero cómo lo voy a vender si lleva conmigo toda la vida…” Dentro del expositor Juan guarda los juegos de NES que ha hecho con sus propias manos, versiones repro de sus juegos favoritos, algunos incluso mejorados. “Tengo los Final Fantasy de NES traducidos al español, el primer Metroid con batería de guardado para no tener que andar con los passwords, todos los Megaman…”. Se entretiene haciendo sus videojuegos favoritos en sus ratos libres, de los que fabrica incluso hasta la caja.
Juan ya tiene 60 años y la jubilación le espera a la vuelta de la esquina, como el que dice, así que le preguntamos por sus planes de futuro para la tienda y el taller: “Mi mujer tendrá que seguir trabajando unos años más después de que yo me jubile, así que hasta 2022 me tocará estar por aquí”. Pero, ¿qué pasará cuando ambos puedan dejarlo? “Tengo dos hijas y la verdad es que esto les gusta más bien poco. Me encantaría que alguna se quedara con este negocio, poderles enseñar electrónica y que siguieran, pero lo cierto es que son mayores y creo que ya llego tarde. Ojalá tuviera algún sobrino aprendiz al que poder enseñarle todo, pero la verdad es que no tengo a nadie…”. No dejamos de pensar en qué ocurrirá si algún día la tienda tiene que cerrar, algo que Juan tiene claro: “Lo que quede aquí será la herencia que les dejaré a mis hijas, ellas saben de sobra lo que vale cada una de las cosas que aquí tengo”, dice señalando las vitrinas de cristal de la tienda. “Y sí, claro que algún día tendré que cerrar, cuando ya no pueda hacer este trabajo. Mi vida son mis manos y mis ojos, y lo cierto es que cada vez veo menos. Es porque los aparatos cada vez son más pequeños, los putos diseñadores hacen las cosas cada vez más pequeñas, los cabrones…”, bromea.
Como nos ha pasado al principio de la jornada, Juan no pierde oportunidad de enseñar lo que hace en su taller a todo el que se interesa por ello. Esa zona, que debería ser más tranquila y silenciosa, es la más visitada de la tienda y no es raro comprobar cómo la mayoría de personas que visitan su establecimiento –casi todos amigos y conocidos– acaban allí charlando con él, sobre el trabajo que realiza. Juan es, claramente, un formador frustrado: “Nunca he pensado en ser formador, pero creo que lo haría muy bien. Me da pena que la gente que actualmente trabaja en electrónica no domine lo que hace falta dominar”. Su desconfianza en los métodos de enseñanza actuales se hace patente: “La gente que hace formación profesional no tiene ni puta idea de electrónica, y no lo digo por decir, sino porque lo he visto con mi hermano, que es menor que yo y que hizo esos estudios. Han aprendido a sacar nota, a pasar el examen, pero no a encontrar fallos. Saben reparar averías, pero no saben encontrarlas, ese es el problema”. Juan recuerda lo que le pasó en una formación a la que asistió hace muchos años ya. “Estaba en el paro e hice un curso porque impartían electrónica digital, algo que me interesaba. El segundo día de clase el profesor quería dibujar en la pizarra un filtro pasa alto, pero el esquema que hizo era de un filtro pasa bajo. Se lo dije y discutimos, no lo veía. Al día siguiente me dijo que lo había revisado y que yo tenía razón, y yo le dije que ya lo sabía”. Juan no aprendió allí lo que esperaba en electrónica digital, pero acabó haciendo algo más satisfactorio: “Acabé de segundo profesor del curso porque el profesor vio que controlaba bastante. Enseñé a los más jóvenes cosas muy básicas, como polarizar un transistor o cambiar un diodo, cosas que no sé cómo no habían aprendido en su formación inicial. Mi batalla también estaba en que aprendieran la Ley de Ohm, que para algo es la base de la electrónica y la electricidad”. Y es que esta explicación deja a las claras cómo interpreta Juan su trabajo diario, que no es más que la resolución de un problema tras otro, de la búsqueda de la solución al puzle electrónico. Curiosamente, como no podía ser de otra manera, esto coincide con su gusto en videojuegos.
Es hora de acabar nuestra visita a la tienda y para ello queremos probar suerte: le planteamos a Juan que nos venda alguno de sus artículos, a modo de recuerdo de la experiencia vivida. Después de mucho buscar nos decidimos por una copia de Adventures of Lolo para Game Boy. “Ese no os lo vendo ni de coña”, nos dice nada más oír el nombre del título que queremos. En la vitrina donde los guarda conserva tres copias del juego, pero ni con esas somos capaces de convencerle. Nos explica el porqué de su inicial negativa: “Tenía una caja con un buen puñado de copias de este juego, pero ya me quedan sólo tres y me da pena venderlos…”. Casi como un favor –y a cambio de una buena suma de euros, todo sea dicho– decide vendérnoslo. “Porque sé que lo vais a cuidar bien y que le tenéis aprecio a Lolo…”, nos dice mientras nos cobra tratando de autoconvencerse de que se trata de un negocio bien hecho.
Miramos el reloj y comprobamos que las ocho horas que ha durado nuestra visita se nos han pasado volando. Ya fuera de la tienda, después de despedirnos de Juan y de Lucinda, Marçal y yo intercambiamos impresiones sobre nuestras sensaciones a lo largo de la jornada. Aunque cada uno recordará algo distinto de esta curiosa experiencia –él se quedará con el conocimiento técnico y la experiencia profesional de Juan, yo con la curiosa idea de una tienda donde el dueño prefiere no vender nada- ambos coincidimos en nuestro análisis final: desde hoy somos amigos de uno de esos personajes anónimos de este sector, desconocidos para la mayoría de seguidores del medio, pero con una historia que merece con creces ser contada.